La Vida de Marilyn Monroe - Capítulo 7
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Nuevos rumbos
1956 fue un año crucial en su vida, ya que el 29 de junio se
casó con el dramaturgo Arthur Miller, para lo que debió convertirse previamente
al judaísmo. Este enlace fue más sorprendente si cabe para el público y la
prensa que el de DiMaggio. Miller, escritor y dramaturgo serio, proveniente de
la élite intelectual judía, de posiciones ideológicas abiertamente
izquierdistas, se casaba con una mujer que supuestamente era la antítesis:
superficial, frívola, sin ideas propias y que aparecía habitualmente en las
portadas de la prensa amarilla. Y quienes le auguraron lo peor, acertaron, ya
que este tercer y último matrimonio fue un nuevo fracaso personal. La
desenfadada e ingenua Marilyn Monroe no congenió con el exclusivo círculo de
intelectuales neoyorquinos en que se desenvolvía Miller, y a pesar de que no se
divorciaron hasta enero de 1961, pronto se distanciaron de forma irremediable.
Entretanto, Marilyn había puesto en marcha un nuevo proyecto
que causaba el recelo de los jefes de los estudios: su propia productora.
Cansada del maltrato y el desprecio, en 1957 viajó a Gran Bretaña para
protagonizar y producir El príncipe y la corista (The Prince and the Showgirl),
nueva variación algo más dramática del tema de Los caballeros las prefieren
rubias y Cómo casarse con un millonario. Como director y partenaire suyo
Marilyn eligió al shakesperiano y muy británico Laurence Olivier. El rodaje
fue, como venía siendo habitual, algo turbulento, con enfrentamientos con
Olivier, retrasos, pastillas y alcohol. Curiosamente la crítica especializada,
que ya había destacado su buen hacer como actriz dramática en Bus Stop, fue
unánime al señalar que la espontaneidad y el encanto de Marilyn habían
eclipsado a Olivier, aunque fue inmisericorde con la película.
De regreso a Estados Unidos, volvieron a surgir los
problemas, las inseguridades y los temores de Marilyn: un matrimonio que ya no
funcionaba; unos estudios cada vez más refractarios a contratarla, por extraño
que esto pudiera parecer dada su inmensa popularidad; nuevas depresiones;
nuevas estancias en sanatorios o clínicas de descanso, y dos nuevos factores, o
cuando menos más acentuados: el consumo de alcohol y de píldoras, en especial
barbitúricos.
En su siguiente película, Con faldas y a lo loco (Some like
it hot, 1959), genial y mordaz comedia sobre el amor y el transexualismo en que
volvió a dirigirla Billy Wilder, el rodaje se convirtió en un verdadero
suplicio. En sus memorias, Wilder lo recordaría como la experiencia más
traumática de su carrera debido al imprevisible comportamiento de la actriz,
que nunca llegaba a la hora o que, simplemente, tenía que repetir hasta 65
veces un plano en el que tan sólo tenía una frase. No obstante, y gracias en
cierto modo a la buena química que había con los otros dos actores principales,
Tony Curtis y Jack Lemmon, el resultado final fue satisfactorio; el trabajo de
Marilyn sería premiado en 1960 con un nuevo Globo de Oro, esta vez en la
categoría de mejor actriz de comedia o musical.
En 1960, coprotagonizó junto al actor francés Yves Montand
el film de George Cukor El multimillonario (Let´s make love). Aunque con un
planteamiento habitual en la filmografía de Monroe (chica humilde pero con
ansias de superación que encuentra el amor en un hombre rico), Cukor imprimió
al argumento un mayor acento dramático. Era una producción suntuosa,
correctamente realizada, y con un buen trabajo de la pareja protagonista, pero
aun así había algo en el conjunto que no terminó de funcionar. Durante el
rodaje, Monroe y Montand tuvieron un romance que no pasó a mayores. Marilyn se
enamoró del actor, pero para Montand no era más que una aventura. Una vez más,
la mujer más deseada del mundo no encontraba o tenía dificultades para
conservar un amor.
CONTINUARÁ...
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