Su última aparición cinematográfica, si descontamos la
incompleta y no estrenada película de Cukor Something´s got to give, fue para
muchos críticos y aficionados el mejor trabajo de cuantos realizó Marilyn
Monroe. Vidas rebeldes (The Misfits, 1961), de John Huston y con guión del aún
marido de Marilyn, Arthur Miller, era un filme elegíaco, tocado con la rara
cualidad de lo irrepetible, que unía en la pantalla a tres grandes actores,
Clark Gable, Montgomery Clift y Marilyn Monroe, tres estrellas que además
estaban atravesando por distintos motivos unos momentos personales
especialmente delicados. Una historia de perdedores, tan del gusto de Huston,
que en un último crepúsculo encontrarán al menos un lugar donde poder descansar
y compartir sus experiencias con alguien. Intensa y emotiva, quizá este papel
fue el mejor regalo que pudo hacer a Marilyn Arthur Miller, con quién se
divorciaría poco después, el día 21 de enero de 1961, justo una semana antes
del estreno de Vidas rebeldes. Su sentida interpretación de la divorciada
Roslyn Taber, que encuentra un nuevo amor en el personaje que encarna Gable,
volvió a ser destacada en 1962 con un nuevo Globo de Oro.
Los últimos meses de la vida de Marilyn presentan una serie
de zonas oscuras que probablemente nunca lleguen a esclarecerse, como su relación
con el entonces presidente de Estados Unidos, John Fitzgerald Kennedy, que
parece probado que fue de naturaleza íntima, o más tarde con el hermano de
éste, el senador Robert Kennedy, en la que algunos indicios pueden hacer pensar
que fue tan sólo de amistad. De cualquier modo, los nombres de ambos
aparecieron entonces y siguen apareciendo hoy en el asunto de la muerte por
suicidio de la actriz, que falleció el 5 de agosto de 1962 a causa de una
sobredosis de barbitúricos en su casa de Brentwood, California.
A las 3 de la madrugada, la señora Murray, su ama de llaves,
la encontró en la cama en una postura extraña, con el teléfono fuertemente
aferrado en una de sus manos y las luces encendidas. Un frasco vacío de
Nembutal encima de la mesilla atestiguaba la ingestión masiva de pastillas por
parte de la estrella. El médico forense certificó su muerte y expresó su
convencimiento de que se trataba de un suicidio. En años posteriores, una
auténtica industria del escándalo, de la que formarían parte la prensa
amarilla, la de extrema derecha y un Norman Mailer arruinado y angustiosamente
necesitado de dinero, especularon incansablemente sobre la relación entre su
muerte y los hermanos Kennedy.
No era la primera vez que había ingerido una sobredosis de
barbitúricos combinada con alcohol: exactamente lo mismo había ocurrido en la
primavera del año anterior, poco después de la separación de Miller y del
estreno de Vidas rebeldes. La policía, extrañamente, no reveló el nombre de la
sustancia que había tomado Marilyn, e incautó y rehusó hacer públicas las
cintas magnetofónicas de la compañía de teléfonos en que estaban grabadas las
llamadas que efectuó la noche de su muerte. Esto no hizo más que confirmar las
sospechas de que Marilyn llamó a alguien en busca de ayuda, alguien cuya alta
posición pública no le permitía afrontar el escándalo que hubiera supuesto
verse envuelto en semejante asunto.
Pese a la infinidad de biografías y libros que sobre ella se
han escrito (incluyendo su autobiografía, aparecida póstumamente en 1974), en
los que se ha podido percibir esa otra Marilyn que no se ajusta al tópico, aún
hoy sigue apareciendo en primer lugar, o en un lugar muy destacado, en toda
clase de rankings más o menos frívolos: en 1995 fue votada por los lectores de
la revista inglesa Empire como la actriz cinematográfica más sexy de todos los
tiempos; la misma revista, en 1997, la situaba como la octava estrella del cine
(masculina y femenina) más grande de todos los tiempos; y en 1999, la americana
People Magazine la consideraba la mujer más sexy del siglo.
En definitiva, a pesar de los denodados intentos que Marilyn
Monroe llevó a cabo en vida para ser considerada de manera distinta a como se
la veía, difícilmente desaparecerá nunca de la imaginación colectiva como uno
de los íconos eróticos del siglo XX. La imagen de La tentación vive arriba, con
blusa y falda plisada blancas que se le levantan y agitan cuando pasa sobre un
respiradero del metro de Nueva York, ha quedado indisociablemente unida a su
nombre. Su desaparición en plena juventud, y en la cumbre de su fama como
actriz y como mito erótico vivo, no hizo más que acrecentar la leyenda.
Según Andy Warhol. Si bien se especuló con un posible
asesinato, la única certeza que desveló la autopsia fue que Marilyn Monroe
había ingerido una sobredosis de barbitúricos. Este fin trágico y misterioso
consolidó su dramática leyenda. El estupor que embargó al mundo del espectáculo
y a millones de admiradores de todas las latitudes permitieron afirmar que
había nacido uno de los mitos más importantes del siglo XX. La figura más
emblemática del Pop Art estadounidense, Andy Warhol, la retrataría poco después
de su muerte dentro de una serie de serigrafías titulada Iconos, en las que
utilizó un procedimiento mecánico de aplicación serigráfica sobre tela que
permite multiplicar series. Con el paso del tiempo, este retrato quedaría como
el referente icónico del movimiento pop, encarnando una nueva definición
plástica del sueño americano de posguerra.
Con faldas y a lo loco. La misma historia se repitió durante
la producción de Con faldas y a lo loco (1959), de Billy Wilder, a tal extremo
que uno de los protagonistas, Tony Curtis, declaró a la prensa que el rodaje se
había convertido en un infierno por culpa de Marilyn Monroe, de quien destacó
su carácter altanero, desdeñoso y poco profesional. A pesar de ello, el
resultado fue un obra magistral, más ácida y crítica que las cintas al uso, y
que inauguró una nueva etapa en la comedia americana. En ella, Tony Curtis y
Jack Lemmon interpretan a dos músicos (Joe y Jerry) que son testigos de la
célebre matanza del día de San Valentín de 1929, ordenada por el gángster Spats
Columbo. Atemorizados, se visten de mujer y, haciéndose llamar Josephine y
Daphne, entran a formar parte de una orquesta femenina. La banda toma un tren
para cumplir un contrato en Florida. Durante el viaje, Joe se enamora
perdidamente de Sugar Kane (Marilyn Monroe), vocalista del conjunto y
aficionada a la ginebra y a los multimillonarios. Ya en Florida, Jerry conoce
al millonario Osgood Fielding, quien, debido a que Jerry va vestido como
Daphne, se enamora de él. Las cosas se complican cuando Spats y sus secuaces
llegan a Florida y descubren la verdadera identidad de Josephine y Daphne. Esta
divertida comedia supuso la primera colaboración de Billy Wilder con dos
profesionales que se convertirían en habituales de sus siguientes proyectos: el
guionista I.A.L. Diamond, autor de algunos de los mejores momentos de la cinta
(como la célebre frase final que Osgood dice a Jerry: "Bueno, nadie es
perfecto") y el excepcional actor Jack Lemmon, que protagonizaría siete
películas más del director vienés. A raíz de la escena en que Sugar Kane
intenta seducirlo en el yate, Curtis comentó que besar a Marilyn era "como
besar a Hitler". Pero pese al conflictivo carácter de la inestable
Marilyn, Billy Wilder se rindió a su singular talento: "Cuando acababas
con Marilyn, aunque habías llegado a las cuarenta tomas y habías aguantado sus
retrasos, te encontrabas con algo único e inimitable".
Fin
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