miércoles, 28 de septiembre de 2011

Marilyn Monroe - Su vida - Última Parte (8)

La Vida de Marilyn Monroe - Último Capítulo


Un triste final

Su última aparición cinematográfica, si descontamos la incompleta y no estrenada película de Cukor Something´s got to give, fue para muchos críticos y aficionados el mejor trabajo de cuantos realizó Marilyn Monroe. Vidas rebeldes (The Misfits, 1961), de John Huston y con guión del aún marido de Marilyn, Arthur Miller, era un filme elegíaco, tocado con la rara cualidad de lo irrepetible, que unía en la pantalla a tres grandes actores, Clark Gable, Montgomery Clift y Marilyn Monroe, tres estrellas que además estaban atravesando por distintos motivos unos momentos personales especialmente delicados. Una historia de perdedores, tan del gusto de Huston, que en un último crepúsculo encontrarán al menos un lugar donde poder descansar y compartir sus experiencias con alguien. Intensa y emotiva, quizá este papel fue el mejor regalo que pudo hacer a Marilyn Arthur Miller, con quién se divorciaría poco después, el día 21 de enero de 1961, justo una semana antes del estreno de Vidas rebeldes. Su sentida interpretación de la divorciada Roslyn Taber, que encuentra un nuevo amor en el personaje que encarna Gable, volvió a ser destacada en 1962 con un nuevo Globo de Oro.

Los últimos meses de la vida de Marilyn presentan una serie de zonas oscuras que probablemente nunca lleguen a esclarecerse, como su relación con el entonces presidente de Estados Unidos, John Fitzgerald Kennedy, que parece probado que fue de naturaleza íntima, o más tarde con el hermano de éste, el senador Robert Kennedy, en la que algunos indicios pueden hacer pensar que fue tan sólo de amistad. De cualquier modo, los nombres de ambos aparecieron entonces y siguen apareciendo hoy en el asunto de la muerte por suicidio de la actriz, que falleció el 5 de agosto de 1962 a causa de una sobredosis de barbitúricos en su casa de Brentwood, California.

A las 3 de la madrugada, la señora Murray, su ama de llaves, la encontró en la cama en una postura extraña, con el teléfono fuertemente aferrado en una de sus manos y las luces encendidas. Un frasco vacío de Nembutal encima de la mesilla atestiguaba la ingestión masiva de pastillas por parte de la estrella. El médico forense certificó su muerte y expresó su convencimiento de que se trataba de un suicidio. En años posteriores, una auténtica industria del escándalo, de la que formarían parte la prensa amarilla, la de extrema derecha y un Norman Mailer arruinado y angustiosamente necesitado de dinero, especularon incansablemente sobre la relación entre su muerte y los hermanos Kennedy.

No era la primera vez que había ingerido una sobredosis de barbitúricos combinada con alcohol: exactamente lo mismo había ocurrido en la primavera del año anterior, poco después de la separación de Miller y del estreno de Vidas rebeldes. La policía, extrañamente, no reveló el nombre de la sustancia que había tomado Marilyn, e incautó y rehusó hacer públicas las cintas magnetofónicas de la compañía de teléfonos en que estaban grabadas las llamadas que efectuó la noche de su muerte. Esto no hizo más que confirmar las sospechas de que Marilyn llamó a alguien en busca de ayuda, alguien cuya alta posición pública no le permitía afrontar el escándalo que hubiera supuesto verse envuelto en semejante asunto.

Pese a la infinidad de biografías y libros que sobre ella se han escrito (incluyendo su autobiografía, aparecida póstumamente en 1974), en los que se ha podido percibir esa otra Marilyn que no se ajusta al tópico, aún hoy sigue apareciendo en primer lugar, o en un lugar muy destacado, en toda clase de rankings más o menos frívolos: en 1995 fue votada por los lectores de la revista inglesa Empire como la actriz cinematográfica más sexy de todos los tiempos; la misma revista, en 1997, la situaba como la octava estrella del cine (masculina y femenina) más grande de todos los tiempos; y en 1999, la americana People Magazine la consideraba la mujer más sexy del siglo.
En definitiva, a pesar de los denodados intentos que Marilyn Monroe llevó a cabo en vida para ser considerada de manera distinta a como se la veía, difícilmente desaparecerá nunca de la imaginación colectiva como uno de los íconos eróticos del siglo XX. La imagen de La tentación vive arriba, con blusa y falda plisada blancas que se le levantan y agitan cuando pasa sobre un respiradero del metro de Nueva York, ha quedado indisociablemente unida a su nombre. Su desaparición en plena juventud, y en la cumbre de su fama como actriz y como mito erótico vivo, no hizo más que acrecentar la leyenda.

Según Andy Warhol. Si bien se especuló con un posible asesinato, la única certeza que desveló la autopsia fue que Marilyn Monroe había ingerido una sobredosis de barbitúricos. Este fin trágico y misterioso consolidó su dramática leyenda. El estupor que embargó al mundo del espectáculo y a millones de admiradores de todas las latitudes permitieron afirmar que había nacido uno de los mitos más importantes del siglo XX. La figura más emblemática del Pop Art estadounidense, Andy Warhol, la retrataría poco después de su muerte dentro de una serie de serigrafías titulada Iconos, en las que utilizó un procedimiento mecánico de aplicación serigráfica sobre tela que permite multiplicar series. Con el paso del tiempo, este retrato quedaría como el referente icónico del movimiento pop, encarnando una nueva definición plástica del sueño americano de posguerra.

Con faldas y a lo loco. La misma historia se repitió durante la producción de Con faldas y a lo loco (1959), de Billy Wilder, a tal extremo que uno de los protagonistas, Tony Curtis, declaró a la prensa que el rodaje se había convertido en un infierno por culpa de Marilyn Monroe, de quien destacó su carácter altanero, desdeñoso y poco profesional. A pesar de ello, el resultado fue un obra magistral, más ácida y crítica que las cintas al uso, y que inauguró una nueva etapa en la comedia americana. En ella, Tony Curtis y Jack Lemmon interpretan a dos músicos (Joe y Jerry) que son testigos de la célebre matanza del día de San Valentín de 1929, ordenada por el gángster Spats Columbo. Atemorizados, se visten de mujer y, haciéndose llamar Josephine y Daphne, entran a formar parte de una orquesta femenina. La banda toma un tren para cumplir un contrato en Florida. Durante el viaje, Joe se enamora perdidamente de Sugar Kane (Marilyn Monroe), vocalista del conjunto y aficionada a la ginebra y a los multimillonarios. Ya en Florida, Jerry conoce al millonario Osgood Fielding, quien, debido a que Jerry va vestido como Daphne, se enamora de él. Las cosas se complican cuando Spats y sus secuaces llegan a Florida y descubren la verdadera identidad de Josephine y Daphne. Esta divertida comedia supuso la primera colaboración de Billy Wilder con dos profesionales que se convertirían en habituales de sus siguientes proyectos: el guionista I.A.L. Diamond, autor de algunos de los mejores momentos de la cinta (como la célebre frase final que Osgood dice a Jerry: "Bueno, nadie es perfecto") y el excepcional actor Jack Lemmon, que protagonizaría siete películas más del director vienés. A raíz de la escena en que Sugar Kane intenta seducirlo en el yate, Curtis comentó que besar a Marilyn era "como besar a Hitler". Pero pese al conflictivo carácter de la inestable Marilyn, Billy Wilder se rindió a su singular talento: "Cuando acababas con Marilyn, aunque habías llegado a las cuarenta tomas y habías aguantado sus retrasos, te encontrabas con algo único e inimitable".

Fin




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